-Bienaventurados ustedes, esposos
cristianos, que saben ser pobres en el espíritu, que no hacen depender la
felicidad de la cuenta bancaria, del coche más lujoso o de la casa más grande.
-Bienaventurados los esposos que
afrontan con valor las aflicciones y las pruebas y que no pierden la confianza
de que el Señor seguirá acordándose de ustedes.
-Bienaventurados los esposos llenos
de mansedumbre, que saben escuchar y perdonar, que en las diferencias se acogen
con paciencia, y que no pierden nunca el humor.
-Bienaventurados los esposos que
tienen hambre y sed de justicia, que abren las puertas y los corazones a los
pequeños problemas del vecino y a los grandes problemas del
mundo.
-Bienaventurados los esposos llenos
de misericordia, que se dan cuenta de las heridas y las fatigas de los hermanos
y que se detienen a curarlas pagando de su bolsillo, que saben abrir la puerta
y preparar la mesa a los amigos y también a los pobres.
-Bienaventurados los esposos puros de
corazón que se entregan uno a otro sin secretos de cuerpo y del alma, que
intentan cada día decirse todo, y que acogen la vida como signo del amor del
Creador.
-Bienaventurados los esposos
constructores de paz, la de la familia y la del mundo, que en cada conflicto
buscan el diálogo, que no piensan resolver los problemas a partir de la razón
del más fuerte, y que educan a los hijos sin levantar vallas entre ustedes y
ellos.
-Bienaventurados ustedes si logran
realizar en su vida al menos un poco de lo que les enseña el evangelio: y, si
sucede que les llaman anticuados o necios, precisamente entonces es cuando su
vida agrada más al Señor.
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